El budismo hoy en día
Nichiren, quien nació en 1222, dio una expresión práctica y concreta a la filosofía budista de vida que Shakyamuni enseñó y que T’ien T’ai elucidó. Nichiren develó la esencia misma del Sutra del Loto y, por lo tanto, de la iluminación del Buda, de forma tal que todas las personas pudieran alcanzarla, definiéndola como la invocación de Nam-myoho-renge-kyo, basándose en el título del Sutra del Loto.
Su logro sería comparable a traducir una compleja teoría científica a una técnica práctica. Al igual que el descubrimiento de Benjamín Franklin de la electricidad no tuvo uso práctico hasta que -muchos años después- Thomas Edison inventó la bombilla eléctrica, la iluminación de Shakyamuni era accesible sólo para una pequeña minoría hasta que Nichiren enseñó la práctica fundamental mediante la cual todas las personas sin excepción podían hacer surgir la ley de la vida dentro de sí mismos. La realización de este principio tuvo el poder de afectar y modificar directamente a las personas que hicieron aflorar este potencial, inaugurando así una nueva época en la historia del budismo.
Nichiren reveló la más grande enseñanza del Mahayana por la cual todas las personas pueden alcanzar la budeidad. En palabras de Nichiren: “Si una mosca azul se aferra a la cola de un caballo purasangre, puede viajar diez mil millas; y la glicina que se enrosca alrededor del alto pino puede crecer hasta una altura de mil pies.” Por primera vez, las personas comunes podían emprender el camino hasta entonces reservado sólo a santos y sabios.
El budismo de Nichiren ha demostrado ser de profundo valor para millones de personas. Fue Nichiren quien expresó la esencia del Sutra del Loto de una manera que posibilita a todas las personas, no importa cuál sea su nivel de conocimiento, el atravesar el portal de la iluminación. Esto constituyó un paso revolucionario en la historia de las religiones.
Mientras que el budismo comenzó con la enseñanza de un sólo ser humano que había despertado a la ley del universo dentro de sí, llegó a desarrollarse al punto de incluir las interpretaciones de esa enseñanza aportadas por estudiosos y santos. La palabra “Buda” significó originalmente “el iluminado”, alguien que ha despertado a la eterna e ilimitada verdad de la ley de la vida (dharma). Esta verdad se encuentra presente en todo lo que existe y, en este sentido, esta ley no es patrimonio exclusivo del Buda Shakyamuni ni de los monjes budistas: la verdad se encuentra disponible para todos por igual. En el budismo de Nichiren no hay sacerdotes, gurúes o máximas autoridades que decidan lo que es correcto o incorrecto, lo que es cierto o lo que está equivocado. En este Budismo, la muralla entre monjes y laicos ha sido derribada, conduciéndonos a una total democratización de la práctica y, precisamente por ser no dogmático, es que hasta los escépticos terminan practicándolo.
La verdad última y omnisciente que el Buda percibió puede llegar a ser otro nombre que se le da a lo que algunas personas conciben como Dios. Por otra parte, una persona que no puede creer en un Dios antropomórfico puede creer en una energía subyacente del universo.
No existe una causa externa a quien culpar ni nadie a quien implorar salvación. En el budismo, ningún Dios o entidad sobrenatural planea ni diseña nuestros destinos. En la religión occidental, el creyente puede acercarse a Dios a través de su fe, pero nunca se puede llegar a convertirse en Dios. Pero en el budismo, uno jamás puede separarse de la sabiduría de “Dios” porque esta sabiduría última existe en el corazón de cada persona. A través de la práctica budista, buscamos hacer emerger esta porción de la fuerza universal que existe eternamente dentro de nosotros -y a la que llamamos budeidad- y es manifestándola que nos convertimos en un Buda. El budista toma conciencia de la existencia -en su más íntima profundidad- de la ley eterna que penetra tanto al universo como a los seres humanos individuales, aspirando a vivir cada día en armonía con esta ley. Llevando esto a cabo, descubrimos un camino de vida que redirecciona todas las cosas hacia la esperanza, el valor y la armonía. Y es el descubrimiento de esta ley objetiva que hacemos emerger desde nuestro interior, lo que crea valor espiritual y no algún ser o fuerza externos a nosotros.
Este concepto de que el poder de lograr la felicidad se encuentra por completo adentro nuestro puede resultar desconcertante al comienzo, ya que supone asumir un cabal sentido de la responsabilidad. Como Daisaku Ikeda ha escrito: “La sociedad es compleja y severa, exigiendo que luchemos duramente por la supervivencia. Nadie puede hacernos felices: todo depende de si uno mismo es capaz o no de alcanzar la felicidad... un ser humano vivirá una vida de gran sufrimiento si es débil o vulnerable a su medio ambiente externo.”
Pero lejos de ser una visión nihilista o vacía de la vida, la práctica y filosofía budistas rebosan de esperanza y respuestas prácticas a los problemas del diario vivir, tanto que no nos referimos tanto a ellas como “religión” -a pesar de serlo- sino como “práctica”, debido a que las personas que la profesan la han encontrado extremadamente útil.
Como afirmó Nichiren citando el Sutra del Loto: “No existe ningún asunto mundano que sea diferente de la verdadera entidad de la vida”, y también “todos los fenómenos del universo son manifestaciones de la ley budista.”
En otras palabras, la vida cotidiana constituye el escenario decisivo dentro del cual la batalla por la iluminación se gana o se pierde. Nichiren nos enseñó cómo nosotros, mortales comunes, sin necesidad de erradicar nuestros deseos o cambiar nuestra identidad, podemos manifestar la budeidad aquí y ahora en este mundo y en esta existencia. En una época de escepticismo y amplia desconfianza hacia las creencias e instituciones religiosas tradicionales, esta dinámica y autodirigida práctica cobra aún un valor mayor.
El budismo es esencialmente no autoritario, democrático, científico y basado en percepciones básicamente vividas a través de los propios esfuerzos individuales hacia la autoperfección. Pero el budismo también posee un efecto tanto inmediato como de largo alcance en la sociedad en la cual estamos insertos. El budismo es una forma de vida que no hace distinciones entre el ser humano y su medio ambiente en el que este individuo habita. Es gracias a este concepto de la interrelación entre todas las formas de vida que entretejen una compleja red que trasciende el entendimiento humano que el budismo ha provisto el marco intelectual y espiritual a la toma de conciencia ecológica y del medio ambiente. La visión occidental, principalmente encarnada por el cristianismo y el judaísmo, tiende a ser antropocéntrica, colocando a la humanidad en la cima del orden natural. A diferencia de esto, el budismo considera a la humanidad como parte de la naturaleza, apoyando de esta manera la noción de bioética: a partir de que cada individuo se encuentra conectado con todo lo que existe en la tierra, el destino de nuestro planeta puede también influenciarse por medio de las acciones individuales.
El budismo moderno también es no-moralista. En un mundo caracterizado por una gran diversidad de pueblos, culturas y estilos de vida, el budismo no prescribe ninguna manera específica de vivir. No existen cosas tales como los “mandamientos”. El budismo nos acepta tal como somos, con todas nuestras debilidades y defectos, pasados y presentes. Sin embargo, esto no implica que podamos mentir, robar o matar: el budismo basa su fuerza moral no en una lista de reglas de comportamiento sino en una poderosa transformación interior. Los practicantes budistas pronto se descubren actuando más gentil y misericordiosamente y sintiendo gran cuidado por la vida de otras personas. Este proceso se da casi de manera automática.
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