Para la mayor parte de la gente, el destino es algo negativo; es una realidad grabada, fijada y decidida desde el pasado, e inamovible en el presente.
Sin embargo, el destino es acción. Dicho de otro modo, es la causa que generará un nuevo efecto futuro. Visto así, el destino se puede concebir como sinónimo de karma, de causa y de presente.
El destino no es pasado ni porvenir, sino la pura acción que se graba en el instante actual, la causa de condiciones futuras, creada por nosotros mismos.
Por lo tanto, la postura correcta frente al destino es observar qué causas estamos acumulando y qué acciones estamos realizando hoy.
Detrás de este énfasis en el instante actual, lo que palpita es el profundo principio de la eternidad de la vida.
El budismo postula que la vida es un es un fluir eterno a través del pasado, presente y futuro, que jamás cesa ni se detiene. Entonces, la “acción” se traduce en la continuidad del karma: nuestra postura hacia el momento actual, día tras día, mes tras mes, determina la cualidad de esa energía perdurable que denominamos “destino”.
Qué pensé, qué dije, qué hice... Estas tres clases de acción continúan más allá de la vida y la muerte, pero lejos de ser categorías estáticas e inamovibles que limitan nuestra vida, son factores dinámicos que, de hecho, estamos modificando a cada minuto.
Comprender positivamente el destino será una tarea imposible mientras no tomemos conciencia de nuestra absoluta responsabilidad frente al presente y al mundo que nos rodea. Muchas veces, nos atormentamos pensando que el destino es un grillete del que jamás podremos liberarnos, pero ¿cuántas veces nos preguntamos, frente a nuestra propia conducta, cuál es la intención profunda de la acción que estamos realizando, cuál es el impacto de la repetición rutinaria a la cual nos entregamos cuando nuestras acciones carecen de objetivo o de conciencia, cuál es el rumbo hacia el cual, advertidamente o no, estamos encaminando nuestra vida?
Estas preguntas nos permiten cambiar totalmente el enfoque y ver que la base para la transformación del destino se asienta en tres pilares: energía vital, fortaleza y reflexión.
La energía vital que alienta cualquier proceso de revolución humana (como lo es cambiar el destino) se encuentra en la práctica de Nam-myoho-renge-kyo. Nichiren Daishonin dice que Nam-myoho-renge-kyo es como el rugido de un león. En efecto, la persona que se basa en la firme práctica de este sorprendente daimoku puede “abrir” la eternidad de la vida en el momento actual, puede sentir que su vida está “perfectamente dotada” de todo lo que necesita para ser feliz, y puede “revivir” la convicción en su libertad absoluta. Energía vital, entonces, es optimismo sin límites.
La fortaleza se refiere a la determinación esencial de cambiar uno mismo, y a la persistente seriedad de la acción frente a la tendencia negativa (que sería la visión superficial y errada del destino). El Gosho dice: “Si busca la iluminación fuera de usted mismo, toda buena acción o disciplina perderá significado. Por ejemplo, el pobre es incapaz de juntar un solo centavo si se limita a contar la fortuna de su vecino, aunque lo haga noche y día”. Esto nos permite afirmar que, en principio, toda lucha para cambiar el destino es lucha frente a uno mismo. Como estos son los requisitos básicos para llevar una vida de propósito, donde cada cosa adquiere un luminoso sentido, es posible concluir que el destino es misión, y que la misión es fortaleza. No busquemos en otro lado ese estado inquebrantable de libertad al que todos estamos aspirando.
Por último, la reflexión es el proceso de observación cotidiana que comienza y termina en el propio corazón, sin dejarse influir por las circunstancias externas ni por el agobio del pasado. Reflexión es dominio de la propia vida, y esto nada tiene que ver con dejarse dominar por el destino.
Cuando sale el sol, desaparecen la noche y las estrellas. Cuando irrumpe la fe en nuestra vida, es como si asomara el sol y barriera con con todos los fantasmas de la penumbra. Pero hacer surgir ese sol no es cuestión de tiempo ni es algo que dependa de la intensidad de la sombra que nos rodea.
Recordemos que, para el budismo, la causa y el efecto son simultáneos, y que Nam-myoho-renge-kyo encierra, en sí mismo, la causa y el efecto de la budeidad. Sólo la fe, como rotunda expresión de nuestro espíritu, puede activar en nuestra vida esta maravilla que es la simultaneidad entre nuestra decisión de ser budas y el efecto de una vida incomparablemente feliz.
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